Querida
familia, queridos chicos:
Para
comenzar, hemos cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”. Ahora, escuchamos
o leemos la reflexión del día 5.
Hoy
meditaremos sobre la importancia de proponernos portarnos mejor: no porque
seamos malos, sino porque debemos ser más buenos, y tenemos que llegar a ser
santos, porque ese es el deseo de Jesús y de su Madre.
Nuestra preparación
para consagrarnos a la Virgen tiene cuatro grandes partes. Antes de comenzar a
meditar las apariciones de Nuestra Señora, que será en la segunda etapa, y
después de hacer recordado las del Ángel de la Paz, que fueron tres, en el año
1916, conoceremos un poco más de la vida de los pastorcitos.
Ellos eran
niños buenos, nacidos en familias cristianas, que les dieron una buena
educación, aunque no siempre podían ir a la escuela.
Pero, como
nosotros, tenían también defectos, y a veces tenían flojera para las cosas de
Dios. Por eso Dios les envió su Ángel: para que estuviesen mejor preparados
para cumplir una importante misión.
Lucía, prima
de Jacinta y de Francisco, era la menor de cinco hermanos. Sus padres y
hermanos la querían mucho y la educaban bien. Ella misma cuenta nos cuenta:
La primera
cosa que aprendí fue el Ave María, porque mi madre tenía por costumbre tenerme
en sus brazos mientras enseñaba a mi hermana Carolina, que era cinco años mayor
que yo.
Al crecer, a Lucía
le llegó el turno de cuidar los corderitos de la familia. Sus primos más
pequeños insistieron en que les permitiesen acompañarla, ya que les gustaba
compartir los juegos, y también las oraciones, pero a su modo…
Lucía nos lo
cuenta así:
Nos habían
recomendado que, después de la merienda, rezáramos el Rosario. Pero como todo
el tiempo nos parecía poco para jugar, encontramos una buena manera de acabar
pronto: pasábamos las cuentas diciendo solamente: “¡Ave María, Ave María, Ave María!”.
Cuando llegábamos al fin del misterio, decíamos muy despacio, simplemente: “¡Padre
Nuestro!”. Así, en un abrir y cerrar de ojos, como se suele decir, teníamos
rezado el Rosario.
Meditemos… quizá
también nosotros sentimos, a veces, flojera para rezar. No nos desanimemos:
aprendamos de los pastorcitos, los cuales, con la ayuda de la Gracia,
aprendieron a ser cada vez más piadosos.
Para finalizar_,
rezaremos la Coronilla.
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