Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”,
escuchamos o leemos la reflexión del día 16.
Para terminar esta segunda etapa de nuestro camino de preparación para
la Consagración a la Virgen, meditaremos hoy sobre la aparición de la Virgen a
Lucía, ya religiosa, en el convento de Tuy.
Cierto día del año 1929 en que ella rezaba, e repente se iluminó toda la
capilla, con una luz sobrenatural y sobre el altar apareció una cruz de luz,
que llegaba hasta el techo. En una luz más clara se veía, en la parte superior
de la cruz, un rostro de hombre con el cuerpo hasta la cintura; sobre el pecho
una paloma también de luz y, clavado en la cruz, el cuerpo de otro hombre. Un
poco por debajo de la cintura, suspendido en el aire se veía un Cáliz y una
Hostia grande sobre la cual caían unas gotas de Sangre que corrían a lo largo
del rostro del Crucificado y de una herida en el pecho. De la Hostia, estas
gotas caían dentro del Cáliz. Bajo el brazo derecho de la cruz estaba Nuestra
Señora: («era Nuestra Señora de Fátima, con su Inmaculado Corazón... en la mano
izquierda..., sin espada ni rosas, pero con una corona de espinas y
llamas...”). Bajo el brazo izquierdo, unas letras grandes, como si fuesen de
agua cristalina, que corrían hacia el altar, formaban estas palabras: “Gracia y
Misericordia”.
Comprendí que me era mostrado el misterio de la Santísima Trinidad y
recibí luces sobre este misterio que no me es permitido revelar.
Después Nuestra Señora me dijo:
– Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga, en
unión con todos los Obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi Inmaculado
Corazón; prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la
justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir
reparación; sacrifícate por esta intención y reza.
Así la Virgen cumplía su anuncio, hecho el 13 de julio de 1917, en la
aparición en que les mostró el infierno, cuando dijo que volvería para pedir la
consagración de Rusia.
Propongámonos estar siempre atentos a la voz de nuestra Madre, porque
sólo unidos a Ella podremos salvarnos y ayudar a los demás.
Para finalizar, después de haber reflexionado,
rezaremos la Coronilla del Amor a la Sagrada Familia.
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