jueves, 11 de abril de 2019

DÍA 4 de la Preparación para consagrarse a la Virgen



Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos o leemos la reflexión del día 4.

Hoy meditaremos sobre la tercera aparición del Ángel de la Paz:
Nos cuenta Lucía en sus memorias que cierto día de octubre o septiembre del año 1916. Jacinta, Francisco y ella se dirigían a la cueva de la colina llamada Loça de Cabeço. Allí rezaron el rosario y la oración que el Ángel les enseñó en la primera aparición.
Estando en ese lugar, el mismo ángel se les apareció por tercera vez.
Tenía en sus manos un Cáliz: sobre el cual estaba suspendida una Hostia: de la Hostia caían gotas de sangre al Cáliz.
El ángel dejó el Cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores".

Después, se levantó, tomó de nuevo en la mano el Cáliz y la Hostia. Me dio la Hostia a mi y el contenido del Cáliz lo dio a beber a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
"Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios..."
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta por tres veces la misma oración, y luego desapareció.

Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas por este poder sobrenatural. Por dentro sentimos una gran paz y alegría, y nuestra alma quedaba completamente sumergida en Dios. Pero también era grande el agotamiento en nuestro cuerpo.

En cambio, las apariciones de Nuestra Señora nos producían un efecto muy diferentes. La misma alegría íntima, la misma paz y felicidad, pero en vez de ese cansancio del cuerpo, más bien una cierta agilidad expansiva. En vez de ese aniquilamiento en la Divina Presencia, un exultar de alegría. Y en vez de esa dificultad en hablar, un cierto entusiasmo en dar a conocer.

Meditemos: ¿sentimos alegría al conocer las cosas de Dios? ¿tenemos deseo de darlo a conocer?
Luego, rezamos la Coronilla.

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