Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos
o leemos la reflexión del día 24.
Para terminar esta tercera etapa en nuestro camino de preparación para
consagrarnos a la Virgen, hoy meditaremos sobre los misterios de gloria de la
vida de Jesús y María.
Es la cuarta corona del santo rosario.
La gloria es la alegría, el triunfo, la paz de la vida nueva de Jesús resucitado:
Él estuvo verdaderamente muerto, pero al tercer día resucitó, y su cuerpo está
totalmente cambiado, aunque es el mismo. Nosotros no podemos ni imaginarlo,
porque es algo totalmente distinto a lo que vivimos nosotros: quien resucita ya
no sigue creciendo, no envejece, no se enferma, no tiene dolores, no volverá a
morir… Jesús nos ha prometido que eso sucederá a cada uno de nosotros cuando Él
vuelva.
Cuando rezamos la oración llamada el “Credo”, por ejemplo en la Misa,
decimos: “y de nuevo vendrá con Gloria”. Podemos decir que Jesús mismo es la
Gloria, porque Él es la Vida, la Luz, la Resurrección. Así lo dijo a santa
Marta cuando iba a resucitar a su hermano Lázaro: “Yo soy la Resurrección y la
Vida” (san Juan 11, 25).
Cuando rezamos el rosario, los dos últimos misterios se refieren
directamente a la Virgen: contemplamos cómo Ella es llevada al Cielo en cuerpo
y alma, y cómo Dios le da una corona de Reina. Jesucristo es Rey de todo el
Universo, como lo recuerda la Iglesia cada año antes de comenzar su preparación
a la Navidad. Y junto a Él, Nuestra Señora reina sobre toda las creaturas de
Dios.
Estos son los dos únicos misterios del rosario que no están relatados
directamente en la Biblia, pero que la Iglesia reconoce y enseña meditando en cómo
Dios quiso premiarla por su fidelidad..
Por eso, el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, nos muestra a
María como una mujer revestida con la luz del sol, coronada de doce estrellas y
con la luna bajo sus pies. Así la vio también santa Catalina Labouré, y es la
imagen que conocemos como “la Medalla Milagrosa”. Así esperamos ver también en
el cielo a nuestra Madre.
Pidamos a María que tener un gran amor a su Hijo, para no ofenderlo y
no apartarnos de Él por el pecado, y una gran confianza en su amor al rezar
Para finalizar, después de haber reflexionado, rezaremos la Coronilla
del Amor a la Sagrada Familia.
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