lunes, 6 de mayo de 2019

DÍA 29 de la Preparación para consagrarse a la Virgen


Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos o leemos la reflexión del día 29.
Hoy meditaremos sobre el gran amor que tuvo la pequeña Jacinta a los pecadores y los sacrificios que estaba dispuesta a hacer por su conversión. Dejemos que la misma Lucía nos lo cuente…
¿Cómo es que Jacinta, siendo tan pequeñita, se dejó llenar y llegó a comprender tan gran espíritu de mortificación y penitencia?
Me parece a mí que fue debido: primero, a una gracia especialísima que Dios le concedió, por medio del Inmaculado Corazón de María. Segundo, viendo el infierno y las desgracias de las almas que allí padecen.
Algunas personas, incluso piadosas, no quieren hablar a los niños pequeños sobre el infierno, para no asustarlos. Sin embargo, Dios no dudó en mostrarlo a tres y una de ellas contando apenas seis años; y Él bien sabía que había de horrorizarse hasta el punto de, casi me atrevería a decir, morirse de susto.
Con frecuencia se sentaba en el suelo o en alguna piedra y, pensativa, comenzaba a decir:
¡El infierno! ¡El infierno! ¡qué pena tengo de las almas que van al infierno!
Y, asustada, se ponía de rodillas, y con las manos juntas, rezaba las oraciones que Nuestra Señora nos había enseñado:
¡Oh Jesús mío, perdónamos, líbranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a aquellas que más lo necesitan!
Y permanecía así, durante largo tiempo, de rodillas, repitiendo la misma oración. De vez en cuando me llamaba a mí o a su hermano (como si despertara de un sueño):
Francisco, Francisco, ¿vosotros rezáis conmigo? Es preciso rezar mucho, para librar a las almas del infierno. ¡Van para allá tántas! ¡tántas!
Otras veces preguntaba:
¿Por qué Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? ¡Si ellos lo vieran, no pecarían para no ir allá! Has de decir a aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella gente... ¡Verás cómo se convierten!
Pensemos que Jesús, nuestro Buen Pastor, nos ama mucho; y porque nos ama, ha querido también advertirnos de la existencia del infierno, no para que vivamos con miedo, sino para que busquemos su perdón, la protección de su Madre y de nuestro ángel de la guarda y recemos por los pecadores.
Para terminar, rezamos la novena y las letanías en honor de los santos Jacinta y Francisco Marto. Si lo deseamos, podemos añadir también la Coronilla del Amor de la Sagrada Familia.

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