Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos
o leemos la reflexión del día 29.
Hoy meditaremos sobre el gran amor que tuvo la pequeña Jacinta a los pecadores
y los sacrificios que estaba dispuesta a hacer por su conversión. Dejemos que
la misma Lucía nos lo cuente…
¿Cómo es que Jacinta, siendo tan pequeñita, se dejó llenar y llegó a
comprender tan gran espíritu de mortificación y penitencia?
Me parece a mí que fue debido: primero, a una gracia especialísima que
Dios le concedió, por medio del Inmaculado Corazón de María. Segundo, viendo el
infierno y las desgracias de las almas que allí padecen.
Algunas personas, incluso piadosas, no quieren hablar a los niños
pequeños sobre el infierno, para no asustarlos. Sin embargo, Dios no dudó en
mostrarlo a tres y una de ellas contando apenas seis años; y Él bien sabía que
había de horrorizarse hasta el punto de, casi me atrevería a decir, morirse de
susto.
Con frecuencia se sentaba en el suelo o en alguna piedra y, pensativa,
comenzaba a decir:
– ¡El infierno! ¡El infierno! ¡qué
pena tengo de las almas que van al infierno!
Y, asustada, se ponía de rodillas, y con las manos juntas, rezaba las
oraciones que Nuestra Señora nos había enseñado:
– ¡Oh Jesús mío, perdónamos,
líbranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas,
especialmente a aquellas que más lo necesitan!
Y permanecía así, durante largo tiempo, de rodillas, repitiendo la misma
oración. De vez en cuando me llamaba a mí o a su hermano (como si despertara de
un sueño):
– Francisco, Francisco, ¿vosotros
rezáis conmigo? Es preciso rezar mucho, para librar a las almas del infierno.
¡Van para allá tántas! ¡tántas!
Otras veces preguntaba:
– ¿Por qué Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? ¡Si
ellos lo vieran, no pecarían para no ir allá! Has de decir a aquella Señora que
muestre el infierno a toda aquella gente... ¡Verás cómo se convierten!
Pensemos que Jesús, nuestro Buen Pastor, nos ama mucho; y porque nos
ama, ha querido también advertirnos de la existencia del infierno, no para que
vivamos con miedo, sino para que busquemos su perdón, la protección de su Madre
y de nuestro ángel de la guarda y recemos por los pecadores.
Para terminar, rezamos la novena y las letanías en honor de los santos
Jacinta y Francisco Marto. Si lo deseamos, podemos añadir también la Coronilla
del Amor de la Sagrada Familia.
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