Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos
o leemos la reflexión del día 26.
El Apóstol san Pablo dice que Dios elige lo que el mundo desprecia, lo
que no vale a los ojos de los que se creen sabios, poderosos e importantes (ver
1ª Corintios 1, 27).
Los tres pastorcitos, elegidos por Nuestra Señora para dar su mensaje al
mundo, eran niños sencillos, nacidos en familias pobres, creyentes y
trabajadoras. Lucía era la menor de siete hermanos. En el momento de las
apariciones del ángel,ella tenía nueve años. Jacinta y Francisco, sus primos, eran
también los menores de siete hermanos. En 1916 Jacinta tenía seis años, y Francisco
ocho.
Nos cuenta Lucía en sus “Memorias”: “antes de los hechos de 1917,
exceptuando los lazos de familia que nos unían, ningún otro afecto particular
me hacía preferir la compañía de Jacinta y Francisco a la de cualquier otra;
por el contrario, su compañía se me hacía a veces, bastante antipática, por su
carácter demasiado susceptible. La menor contrariedad, que siempre hay entre
niños cuando juegan, era suficiente para que se quedase mucha y enfadada. Para
hacerle volver a ocupar su puesto en el juego, no bastaban las más dulces
caricias que en tales ocasiones los niños saben hacer. Era preciso dejarle elegir
el juego y la pareja con la que quería jugar…
Sin embargo, ya tenía muy buen corazón y el buen Dios le había dotado de
un carácter dulce y tierno, que la hacía, al mismo tiempo, amable y atractiva.
Jacinta era muy sensible y amena; le encantaba bailar, y era también muy
tierna con los animales. Le agradaba mucho tomar los corderitos blancos, sentarse
con ellos en brazos, abrazarlos, besarlos y, por la noche, traérselos a casa a
cuestas, para que no se cansasen.
Un día, al volver a casa, se puso en medio del rebaño.
– Jacinta ¿para qué vas ahí en medio de las ovejas? – pregunté.
– Para hacer como Nuestro Señor, que, en aquella estampa que me dieron,
también estaba así, en medio de muchas y con una en los hombros.
Aprendamos de estos niños a corregir nuestros defectos y a cultivar
nuestras buenas disposiciones. Dicen algunos predicadores que nuestra alma es
como un jardín, y tenemos la responsabilidad de sacar las plantas malas, que
son los defectos, y cuidar las buenas, que son las virtudes.
Para terminar, rezamos la novena y las letanías en honor de los santos
Jacinta y Francisco Marto. Si lo deseamos, podemos añadir también la Coronilla
del Amor de la Sagrada Familia.
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