domingo, 5 de mayo de 2019

DÍA 28 de la Preparación para consagrarse a la Virgen



Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos o leemos la reflexión del día 28.
Los tres pastorcitos amaban mucho a Dios y a Nuestra Señora, y también amaban a su familia. Por eso, sufrían mucho por los problemas que nunca faltan en el hogar.
Cuando nuestros niños recibieron las visitas del cielo, ocurría la primera guerra mundial, y todas las familias debieron enviar hijos, hermanos y esposos al combate.
Nos cuenta Lucía: “Jacinta tenía para el baile una inclinación especial y mucho arte. Me acuerdo que un día lloraba por uno de sus hermanos que estaba en la guerra y creía muerto. Para distraerla empecé a bailar con dos de sus hermanos; y la pobre criatura comenzó a bailar y al mismo tiempo a limpiarse las lágrimas que le corrían por la cara.
La familia de Lucía, por su parte, tuvo que sufrir pérdidas y ausencias. Así lo cuenta: “Mi madre, al ver que escaseaban los medios de subsistencia, decidió que mis dos hermanas, Gloria y Carolina, fuesen a trabajar de sirvientas. Quedó entonces en casa mi hermano, para cuidar los campos que nos quedaban; mi madre que cuidaba de las cosas de casa y yo que pastoreaba nuestro rebaño. Mi pobre madre vivía sumergida en una profunda amargura y, cuando por la noche nos juntábamos los tres en el hogar, esperando a mi padre para cenar, mi madre, al ver los lugares de sus otras hijas vacíos, decía con una profunda tristeza:
– ¡Dios mío! – ¿Adónde fue la alegría de esta casa?
E inclinando la cabeza sobre una pequeña mesa que tenía a su lado, lloraba amargamente. Mi hermano y yo llorábamos con ella. Era una de las escenas más tristes que he presenciado. Y yo sentía el corazón desgarrado de tristeza por mis hermanas y por la amargura de mi madre.
A pesar de ser niña, comprendía perfectamente la situación en que nos encontrábamos. Recordaba, entonces, las palabras del Ángel: «Sobre todo, aceptad, sumisos, los sacrificios que el Señor os envía». Me retiraba, entonces, a un lugar solitario para no aumentar con mi sufrimiento el de mi madre. Allí, de rodillas, postrada sobre las losas, dejaba caer mis lágrimas y ofrecía a Dios mis sufrimientos.
Pidamos al Señor tener fortaleza para sufrir con amor.
Para terminar, rezamos la novena y las letanías en honor de los santos Jacinta y Francisco Marto. Si lo deseamos, podemos añadir también la Coronilla del Amor de la Sagrada Familia.

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