Querida familia, queridos chicos:
Después de haber cantado algunas estrofas de “El Ave María de Fátima”, escuchamos
o leemos la reflexión del día 28.
Los tres pastorcitos amaban mucho a Dios y a Nuestra Señora, y también
amaban a su familia. Por eso, sufrían mucho por los problemas que nunca faltan
en el hogar.
Cuando nuestros niños recibieron las visitas del cielo, ocurría la
primera guerra mundial, y todas las familias debieron enviar hijos, hermanos y
esposos al combate.
Nos cuenta Lucía: “Jacinta tenía para el baile una inclinación especial
y mucho arte. Me acuerdo que un día lloraba por uno de sus hermanos que estaba en
la guerra y creía muerto. Para distraerla empecé a bailar con dos de sus hermanos;
y la pobre criatura comenzó a bailar y al mismo tiempo a limpiarse las lágrimas
que le corrían por la cara.
La familia de Lucía, por su parte, tuvo que sufrir pérdidas y ausencias.
Así lo cuenta: “Mi madre, al ver que escaseaban los medios de subsistencia,
decidió que mis dos hermanas, Gloria y Carolina, fuesen a trabajar de
sirvientas. Quedó entonces en casa mi hermano, para cuidar los campos que nos
quedaban; mi madre que cuidaba de las cosas de casa y yo que pastoreaba nuestro
rebaño. Mi pobre madre vivía sumergida en una profunda amargura y, cuando por
la noche nos juntábamos los tres en el hogar, esperando a mi padre para cenar,
mi madre, al ver los lugares de sus otras hijas vacíos, decía con una profunda
tristeza:
– ¡Dios mío! – ¿Adónde fue la alegría de esta casa?
E inclinando la cabeza sobre una pequeña mesa que tenía a su lado,
lloraba amargamente. Mi hermano y yo llorábamos con ella. Era una de las
escenas más tristes que he presenciado. Y yo sentía el corazón desgarrado de
tristeza por mis hermanas y por la amargura de mi madre.
A pesar de ser niña, comprendía perfectamente la situación en que nos
encontrábamos. Recordaba, entonces, las palabras del Ángel: «Sobre todo,
aceptad, sumisos, los sacrificios que el Señor os envía». Me retiraba,
entonces, a un lugar solitario para no aumentar con mi sufrimiento el de mi
madre. Allí, de rodillas, postrada sobre las losas, dejaba caer mis lágrimas y
ofrecía a Dios mis sufrimientos.
Pidamos al Señor tener fortaleza para sufrir con amor.
Para terminar, rezamos la novena y las letanías en honor de los santos
Jacinta y Francisco Marto. Si lo deseamos, podemos añadir también la Coronilla
del Amor de la Sagrada Familia.
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